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domingo, 23 de mayo de 2010

MESÍAS: UN LIMBO DE ARQUETIPOS PARA CONSTRUIR TRAMAS

MESÍAS: UN LIMBO DE ARQUETIPOS PARA CONSTRUIR TRAMAS

Por: Luis Heredia Gonzáles

Rubén Mesías es uno de esos jóvenes exentos de ataduras que nos hacen seres estereotipables y carentes del rigor analítico propio de un investigador que busca desesperadamente algo muy próximo a la objetividad, aunque la intolerable, mezquina, chismosa y decrépita “emocionalidad peruana” lo haya puesto como un individuo a atacar por sus puntos flacos y su excesivo yoísmo propio de muchos creadores.
Mesías es inalcanzable en nuestra decrepitud congénita. Sea en “Arboleda” “DKVSA”, la mía, la tuya, peruanísimente por desencajonar más, y precisamente esa es su ventaja: la oportunidad de “loquear” más y producir imperturbable. Cosa que la “gente normal” envidia y toma con premeditada indiferencia. Así pues, de una forma u otra sigue escribiendo al margen de cualquier parámetro de nuestra maldita mentalidad criollesca.
Leyendo su obra él nos coloca en un pasadizo simple, pero llena nuestros ojos con mera realidad virtual. Describe con detalle exquisito, pero también con cierta inocencia natural que delata su falta de contrastación para crear personajes más emotivos y con mayor suspenso. Pero su imaginación es muy buena, y posee una excelente memoria para describir tiempos, parajes y pasajes.
Sus personajes tienen algo en común: viven en un mundo propio. Tienen psicoanalíticamente hablando, tendencia a esa cuerda inelástica y frágil que pende entre la patología y el superyo. Pero cada personaje busca en cada cosa a sí mismo, o algo de sí mismo. Mesías lo relaciona al medio, y se siente en un horizonte berkeleyano, semi-autista, ensimismado (valga la redundancia). La trama no es deshumanizada, como muchos piensan, no, pero el problema es que se encuentra descontextualizado. Le falta algo de esa crudeza necesaria para vincular el interés común del lector del presente: la ironía, y hasta lo que en estos casos es necesario en narrativa; un poco de perversión.
Le falta retorcer al personaje para profundizar un poco más el excelente sentido de abstracción que posee el autor, y lubricar el mórbido sentido de la trama, pues su performance técnica es muy buena, pues logra crear de cada cosa rutinaria y simple. Algo más mentalista. A cada sonido, movimiento que parece monótono le da vida propia, movimiento, actividad que se introduce en el subconsciente de cada protagonista de sus cuentos.
Admirador de los forjadores imperialistas de la palabra (Borges), de los hurgadores de la existencialidad (Hesse), o de tremendos filósofos (NIETZCHE) e inclusive del bagaje cortazariano. Y es que sus influencias, o mejor dicho, (se ve influenciado) están tomadas y asumidas a su forma de ver la literatura. Siendo así las posibilidades de copia son pocas, pues en tal caso él mismo trabaja sus propios textos, y la idea central de los mismos. Aunque esto no lo exima definitivamente de las influencias literarias, sobre todo de lo que brota de aquella literatura a la que su cabeza le echa frecuentemente un vistazo.
Pero suele casarse con su neurosis cada vez que observa a sus personajes, o lo que toma de ellos y en pluma es prolija, tal como una bailarina de ballet. Aunque el precio de su candidez literaria, e inexperiencia vivencial, hace de sus cuentos que envuelve pero de forma incompleta, pues deja algo para dudar, dudar de lo que estamos viviendo, página tras página, de sus relatos.
Sabrá uno si Rubén llegará a hacer sentir su yo, al extremo de los grandes locos de la pluma y de los esos grandes excéntricos de la calle que todos los días pasen otra posibilidad para un nuevo cuento.

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