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jueves, 20 de mayo de 2010

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE JUAN RAMÍREZ RUIZ EN CHICLAYO

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE JUAN RAMÍREZ RUIZ EN CHICLAYO
Por Nicolás Hidrogo Navarro

Desde que conocí a Juan Ramírez Ruiz en el 2004, le puse ocultamente un mote cariñoso para mis adentros: “El cuervo de la mirada gris”, por su vestir y por ese raro estado de trance en el que se sumía en las tertulias y lecturas literarias.

Se sabía y conocía a Juan Ramírez Ruiz por sus libros de poesía y por su contribución en la forja del movimiento Hora Zero. Como muchos no lo conocían en persona, la curiosidad que generaba su elevada propuesta estética lo hacía casi un mito. Hasta que una noche del 10 de abril de 2004 se apareció fantasmalmente en el auditorio del INC-Lambayeque, donde se llevaba un recital y comentario de textos. “Oye, ha llegado Juan Ramírez, está aquí, ¿dónde?,… allí, señaló, al fondo, Jorge Fernández Espino. Confundido entre la gente, una figura menuda, con unos lentes semi-cuadrados y telescópicos, una melena con descuidado peinar y un saco color lúcuma, se hallaba sentado silenciosamente entre las últimas filas. De pronto toda la gente que lo conocía se acercaron a saludarlo: Carlos Bancayán Llontop, Stanley Vega Requejo, Jorge Fernández Espino, Josefo, La Gringa, Carlos Ramírez Soto y otros más que por curiosidad rodeaban al poeta que retornaba después de años a su tierra.

El primer día sólo fue de saludo y no se sabía nada sobre su retorno. Pero poco a poco, a los días se supo que andaba desocupado, que había regresado fatigado y decepcionado de Lima, donde ya casi no tenía mucho por hacer. De entre todo ese confesionario aún brotaba el proyecto de editar un nuevo libro final, donde se dejaba entrever la maduración poética de Juan Ramírez. El problema era que aquí en Chiclayo no había quién se interesara por publicarlo ¿El Gobierno Regional? ¿El gobierno Municipal?, ¿La Dirección Regional de Educación?, ¿La Backus? ¿Don Mario Viteri?, todas las propuestas ya habían sido agotadas y descartadas por conversaciones, menos la última, todo era cuestión de conversarlo y animar a este mecenas chiclayano.

Luego los encuentros se sucederían cada viernes en las Noches de Cuento y Poesía que promovía el Conglomerado Cultural-Lambayeque, pero él seguía en un mutismo tal que no aceptaba leer nada y hablaba poco y en voz baja. Frecuentaba el INC-Lambayeque, El Teatro Dos de Mayo y la Plazuela Elías Aguirre donde se metía al ruedo de la conversa para no sentirse excluido, todos le daban un privilegiado lugar, pero sólo se limitaba a escuchar y de rato en rato a sonreír levemente con una mueca neutra. En más de una ocasión mostraba estados agresivos, que todos lo perdonaban por quien era. El lapicero era su arma favorita, siempre lo levantaba en ristre en el momento menos pensado y todos sabíamos que esa noche a alguien lo tomaría por sorpresa.

Era evidente que estaba con muchos problemas dentro y no lo quería aflorar. Estaba viviendo en la casa de su hermana Estefanía Ramírez Ruiz en la calle Arica Nº 1355 y respondía al teléfono (74) 491016, donde se frecuentaba con su hermano José Ramírez Ruiz, a la sazón ya retirado de la dirección del diario La Industria de Chiclayo.

El 23 de abril de 2004, el Conglomerado Cultural-Lambayeque, decide premiarlo por todo su aporte a la literatura, y, estando en la reunión nocturna, como siempre en silencio y abstraído, al momento que se le llamó para que reciba el diploma, se queda mirando en abstracto, levantó la mano e hizo un aspaviento y sin decir palabra, rehusó. Todos respetaron su decisión. Nuca dijo nada por qué tomo esa decisión ni le preguntaron. Al final salimos conversando, sin que se le diga nada. Siempre lo vi afanoso caminando rengueando las calles Pedro Ruiz, Balta, Elías Aguirre, Alfredo Lapoint, Bolognesi, Sáenz Peña, como que quisiera darle una y más “vueltas por su realidad”

Todo el 2004, 2005 y hasta noviembre del 2006 –última temporada que vivió en Chiclayo-, llegaba irregularmente a los eventos del INC-Lambayeque, de la Biblioteca Municipal Eufemio Lora y Lora y a los del Gobierno Municipal de Chiclayo. Nunca quiso ir a la Universidad Nacional “Pedro Ruiz Gallo”-Lambayeque, porque no conocían su obra y seguro que ni lo habían leído “para qué, entonces”, puntualizaba. Frecuentaba mucho el Teatro Dos de Mayo con la gente de Cromolíricos y nos quedábamos tertuliando hasta las 12 de la noche en la Plazuela Elías Aguirre, en pleno centro de Chiclayo. Entre sus idas y venidas de Chiclayo-Trujillo-Chiclayo, un buen día ya no regresó más, por sus propios medios. Sólo llegaron notas de búsqueda de sus amigos hasta que en mi bandeja de correo electrónico del sábado 12 de enero de 2008 una noticia epifonemó todo: “Juan Ramírez Ruiz fue encontrado muerto. Estaba enterrado en el cementerio de Virú-Trujillo. Fue atropellado por un ómnibus hace tres meses”. Casi, casi lo enviaron a la fosa común, donde jamás hubiéramos podido encontrarlo.

Un hecho anecdótico y curioso que tengo sobre Juan es que, en una de las noches me tocó comentar y presentar (viernes 13 de octubre 2006) junto con Stanley Vega (poeta chiclayano) y Juan Zamudio (editor y poeta arequipeño) el libro “Lima o el largo camino de la desesperación” del poeta Carlos Oliva (Lima, 1960-1994). Juan Ramírez estaba entre el público y curiosamente –yo desde la mesa que observo hasta la línea elíptica que trazan los zancudos en la última fila del auditorio- tenía acariciando entre sus manos el libro gris-amarrillo con una foto en blanco y negro de una puerta fantasmalmente abierta; y, de rato en rato Juan Ramírez abría sus ojitos grises cuando Juan Zamudio hacía la reseña de Carlos Oliva y decía: “Carlos Oliva murió toreando combis en Lima… murió en un accidente que él mismo provocó… porque era jugar con la muerte…”. Casi exactamente un año después, Juan Ramírez Ruiz, moría atropellado por un ómnibus interprovincial en Trujillo. No creo que haya querido torear un mastodonte con ruedas de veinte toneladas métricas.

Patético final, pero quizá augurado para alguien que vivió abstraído en la remembranza de sus versos, con quien sabe qué recuerdos y limitaciones más de las que conocíamos algunos. Juan murió como mueren los grandes poetas: sólo, triste, caviloso y en un halo de misterio del que jamás exactamente se sabrá su por qué así.

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